
Al margen de la forma en que se entienda la resurrección de Jesús, el  valor que le demos al sepulcro vacío y qué concepto tengamos de las  apariciones y el encuentro con el resucitado; lo cierto es que no parece  legítimo el que pueda hablarse con propiedad de «Cristianismo», sino  hasta después de la muerte y resurrección de Jesús.
 
Es  más, llama la atención el nombre de la religión que se funda en la  persona de Jesús de Nazaret. Digo esto pues si bien el nombre de ese  particular hijo de José y María, fue Jesús; es curioso que el nombre de  la religión que se sustenta en él no sea, por ejemplo, «Jesuísmo», como  quizás habría de esperarse, sino «Cristianismo». Pero, ¿qué entraña el  nombre «Cristianismo»? ¿No supone ya una valoración de Jesús que en  cierto modo va mucho más allá de la valoración que él mismo tuvo de sí  antes del histórico y trascendental hecho pascual?
 
Formas distintas en que se ha interpretado la resurrección de Jesús 
 
En la obra «El Jesús histórico»  Gerd Theissen y Annette Merz mencionan y explican las principales  interpretaciones que se han hecho de la resurrección de Jesús. Cito:
 
1)  “La hipótesis del engaño, propuesta por H. S. Reimarus (1994-1768).  Reimarus se hace eco de Mateo 28.11-15 y concluye que los discípulos  sustrajeron el cadáver de Jesús y crearon las bases para anunciar su  resurrección.
 
2) La hipótesis de la muerte aparente,  sugerida por H. E. G. Paulus (1761-1851). La interpretación de Paulus es  que Jesús murió sólo aparentemente y recuperó la vida por algún tiempo.  También plantean Theissen y Merz que esta interpretación estuvo fue muy  difundida entre los teólogos, y que entre éstos fue tomada en serio por  los teólogos K. A. Hase y F. D. E. Schleiermacher. También sugieren  Theissen y Merz que el texto de Marcos 15.43-45 muy posiblemente sirvió  para rechazar la presunción de que Jesús no hubiera fallecido.     
 
3)  La hipótesis del traslado. Esta interpretación sugiere que José de  Arimatea había enterrado provisionalmente a Jesús en el sepulcro  cercano, pero que una vez hubo transcurrido el descanso sabático lo  trasladó a otro sitio sin el conocimiento de los discípulos. Se plantea  que esta hipótesis fue defendida por primera vez en 1799 en un artículo  anónimo. Esta postura encontró algunos defensores autorizados como J.  Holtzman (1832-1910) y J. Klausner. Pero al mismo tiempo Theissenn y  Merz sostienen que Juan 20.2, 14 y siguientes, rechaza implícitamente  esta hipótesis.
 
4) La teoría de la visión  subjetiva en D.  F. Strauss y en la teología liberal. D. F. Strauss (1808-1874) hace  tres aportaciones importantes que se repiten desde entonces en distintas  formas:
 
a) Las tradiciones sobre las apariciones  contrastan con la tradición legendaria sobre el sepulcro vacío. El  origen histórico de la fe pascual reside en las visiones de los  discípulos en Galilea, algo que va mucho más allá del sepulcro de Jesús,  que sólo una leyenda secundaria convierte en sepulcro vacío.
 
b)  Los relatos de las apariciones sugieren que los discípulos tuvieron  efectivamente visiones, pero unas visiones caracterizadas por las formas  míticas de representación; por ejemplo, cuando en ellas un ser divino  traspasa las puertas cerradas y desaparece repentinamente.
 
c)  Las visiones que sirven de fundamento a la fe pascual pueden explicarse  psicológicamente por el conflicto entre la fe mesiánica y la  crucifixión: el trauma de la cruz es superado, por una parte, con la  interpretación de la muerte de Jesús como un acontecimiento  (soteriológico) necesario, acorde con la Escritura (Isaías 53; Salmo 22)  y por otra, con unas visiones que el entusiasmo religioso puede  provocar en situaciones extremas” (páginas 526-528)
 
Siguiendo  en la línea de la interpretación sicológica y subjetiva, Thorwald  Lorenzen plantea: “Se afirma que el recuerdo de Jesús se apoderó de  nuevo de sus corazones y mentes cuando la desilusión asociada con su  prendimiento y su muerte se fue desvaneciendo: su impresionante  personalidad, su enseñanza y predicación con autoridad, sus anuncios de  su propio prendimiento, muerte y resurrección (Marcos 8.31; 9.31;  10.33-34), y la intensa comunión con él que vivieron en la cena pascual…  Según esta opinión, pues, la continuidad entre Jesús de Nazaret y la fe  en él después de su crucifixión no se debe buscar en un acto nuevo de  Dios, sino que se puede explicar desde la propensión y experiencias  psicológicas de los discípulos” («Resurrección y discipulado, modelos interpretativos, reflexiones bíblicas y consecuencias teológicas», páginas 167 y 168).
 
Naturaleza de la resurrección de Jesús
 
Ahora  voy a compartir dos interpretaciones de la resurrección de Jesús,  obviamente asumida como un hecho cierto, desde una perspectiva exegética  e histórica, tomando en serio los datos del NT.
 
En primer  lugar, comparto la opinión de Raymond E. Brown de que la resurrección  de Jesús fue «corporal», pero no «física».
Consideremos la explicación  de Brown: “Pablo (1 Corintios 15.42-50) piensa en la resurrección  corporal, pero la transformación indicada por sus palabras parece sacar  el cuerpo resucitado del dominio de lo físico para introducirlo en el  dominio de lo espiritual.
Del mismo modo, mientras que los pasajes del  evangelio describen claramente la aparición de Jesús resucitado como una  aparición corporal, se le atribuyen propiedades que no son propiedades  de un cuerpo físico tal como lo conocemos, por ejemplo, la capacidad de  atravesar una puerta cerrada, de desplazarse de un lugar a otro con  increíble rapidez y de aparecer repentinamente… Todo esto se puede  expresar en dos factores de la resurrección: continuidad y  transformación.
La continuidad es tal que el cuerpo de Jesús que fue  enterrado en el sepulcro ha resucitado verdaderamente. La transformación  es tal que el cuerpo resucitado es casi indescriptiblemente distinto  del cuerpo físico que anduvo por esta tierra” (101 preguntas y respuestas sobre la Biblia», páginas 82 y 83).
 
Ahora  traigo a colación la explicación de Thorwald Lorenzen: “… Las  referencias explícitas a la huida de los discípulos  y a las primeras  apariciones a discípulos varones en Galilea  indican que la huida de los  discípulos no es una leyenda creada por algunos estudiosos del Nuevo  testamento, sino que sigue siendo la mejor explicación de los indicios  existentes.
Para nuestra investigación, esto significa que la  configuración psicológica de los discípulos –huida, crisis teológica,  decepción, temor, tristeza- era tal, que una afirmación de la  resurrección de Cristo crucificado no podía ser el producto de sus  corazones y mentes. Para ellos, la cruz de Jesús supuso su crisis de fe.  Huyeron. La resurrección fue para ellos un novum inesperado” («Resurrección y discipulado, modelos interpretativos, reflexiones bíblicas y consecuencias teológicas», páginas 166 y 167)
 
El hecho de la tumba vacía 
 
Si  bien el hecho de la tumba vacía forma parte de los relatos evangélicos,  lo cierto es que en los mismos evangelios se puede percibir el  reconocimiento de que la tumba vacía no prueba la resurrección. En  efecto, la tumba vacía puede recibir diversa interpretaciones.  Mencionemos las más relevantes:
 
“11Mientras ellas iban, he  aquí unos de la guardia fueron a la ciudad, y dieron aviso a los  principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. 12Y  reunidos con los ancianos, y habido consejo, dieron mucho dinero a los  soldados, 13diciendo: Decid vosotros: Sus discípulos vinieron de noche, y  lo hurtaron, estando nosotros dormidos. 14Y si esto lo oyere el  gobernador, nosotros le persuadiremos, y os pondremos a salvo. 15Y  ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había instruido. Este  dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy” (Mateo  28.11.15)
 
A la luz de este relato que sólo conserva el evangelio de Mateo, son comprensibles las siguientes interpretaciones:
 
Si de veras murió:
 
1) El cuerpo de Jesús pudo ser robado.
 
2) El cuerpo de Jesús pudo ser enterrado en una tumba provisional, y luego ser movido de allí.
 
3)  Que viéndose en la encrucijada, y sabiendo que no saldría con vida de  ella, Jesús habría panificado con el círculo más íntimo de discípulos,  el hacer desaparecer su cuerpo, e inventarse el cuento de la  resurrección. 
 
4) Pero si en realidad no murió, el mismo Jesús, no habiendo muerto en realidad, huyó de allí en componenda con los suyos.
 
Ahora  bien, lo cierto es que todas estas conjeturas no van más allá de eso,  simples conjeturas. Pero no es menos cierto que tales hipótesis tienen  en común un fundamento legítimo cierto, el que la tumba vacía no conduce  automáticamente a la idea o conclusión de la resurrección. 
 
Para  cerrar esta sección, quiero traer a colación el comentario de Raymond  E. Brown, respecto a la historicidad o no del relato de Mateo de la  guardia en el sepulcro de Jesús, cito:
 
“Si por un lado me  he negado a considerar la cuestión desde esas bases apriorísticas, por  otro no siempre me impresionan los argumentos a posteriori contra  la historicidad. Por ejemplo, a veces se tacha de absurda la mentira  que, a cambio de plata, se manda decir a los soldados ("Sus discípulos,  habiendo venido de noche, lo robaron mientras nosotros dormíamos").
Se  argumenta que dormirse en una guardia era en el ejército romano una  falta punible con la pena capital y que los soldados, por tanto,  difícilmente habrían aceptado un trato que podía llevarlos a la  destrucción, pese a la promesa de las autoridades judías de convencer al  gobernador y librarlos así de problemas. Pero en el plano de la  narración mateana, como he apuntado, los jefes de los sacerdotes son  corruptos; y se supone que los lectores los imaginarán mintiendo a  Pilato e incluso sobornándolo para que no castigue a los soldados. Y
 en  el plano de las realidades históricas no es claro que dormirse estando  de guardia fuera siempre castigado con la muerte. Tácito (Historias 5.11) habla  de una guardia realizada negligentemente en la que el sueño de los  soldados permitió al enemigo capturar al general; pero, al parecer,  ellos se escudaron en la conducta escandalosa de su jefe (no estaba en  su puesto, sino durmiendo con una mujer) para disminuir la propia culpa.  E
n otras palabras: se podía llegar a arreglos. Además es concebible que  Pilato no fuera tan estricto con unos soldados puestos temporalmente al  servicio de las autoridades judías, si éstas se no mostraban interés en  el castigo.
 
Pero contra la historicidad hay un argumento  de verdadero peso. Los otros evangelios no sólo no mencionan la guardia,  sino que la presencia de ella habría vuelto casi ininteligible lo que  narran en la escena del sepulcro. Los otros tres evangelios canónicos  hablan de mujeres que van al sepulcro el domingo, y como único obstáculo  para su entrada en él se menciona la piedra.
Ciertamente, los  evangelistas habrían tenido que explicar cómo las mujeres esperaban  entrar en la tumba si había una guardia precisamente para impedir el  acceso58. En los otros evangelios, la piedra ya ha sido retirada cuando  llegan las mujeres.
 ¿Cómo se concilia esto con Mateo, donde, estando las  mujeres ante el sepulcro, un ángel baja del cielo y rueda la piedra? En  el relato mateano hay otras inverosimilitudes (p. ej., las autoridades  judías conocían las palabras de Jesús sobre su resurrección y las  interpretaron correctamente, cuando los discípulos no habían sabido; los  guardias fueron capaces de mentir después de su reacción ante la  portentosa intervención divina); pero conciernen a detalles menores. Es  la falta de armonía con los otros evangelios lo que afecta a lo  esencial, a la misma existencia de la guardia.
¿Podemos salvar la  historicidad remontándonos a una situación pre-evangélica y suponiendo  que el miembro del sanedrín judío que dio sepultura a Jesús, José de  Arimatea, pudo tomar alguna precaución para proteger el sepulcro, y que  el recuerdo de ello fue desarrollado hasta producir el relato que ahora  nos ofrece Mateo? Eso es demasiado suponer, sin embargo, porque que ni  Mateo ni el Evangelio de Pedro conectan la guardia con José, e incluso  una pequeña precaución habría quedado reflejada en los otros evangelios  como un obstáculo para las mujeres en su visita del domingo al sepulcro.
Las declaraciones negativas absolutas (p. ej., el relato no tiene  ninguna base histórica) muy a menudo van más allá de los indicios de que  pueden disponer los estudiosos Como sucede con otro material mateano  (v. gr., la matanza de los niños en Belén ordenada por Herodes y la  huida a Egipto [relato funcionalmente paralelo en ciertos aspectos al  aquí estudiado]), sería más exacto afirmar que no hay base interna ni  externa sobre la que sostener su historicidad” («La muerte del Mesías», tomo II, páginas 1, 541 y 1542).
 
Finalmente,  en torno al papel de la tumba vacía en la fe cristiana en la  resurrección de Jesús, concluyo con las palabras de N. T. Wright: “De  hecho, podemos insistir en que, independientemente de lo que hubiera  sucedido además, si el cuerpo de Jesús de Nazaret hubiera permanecido en  la tumba, no habría habido una creencia paleocristiana del tipo de la  que hemos descubierto.
De nada servirá decir, por ejemplo, que, debido a  que los discípulos vivían en un mundo en el cual se esperaba la  resurrección, esto explicará por qué aplicaron este lenguaje a Jesús.  Muchos otros líderes, héroes y aspirantes a Mesías judíos murieron  dentro de ese mismo mundo, pero en ninguno de esos casos dijo nadie que  habían sido resucitados de entre los muertos. Cabría imaginar otras  clases de fe primitiva que se podrían haber generado a raíz de  acontecimientos que no llevaran aparejada una tumba vacía.
Pero la fe  concreta de los primeros cristianos no pudo tener su origen en una serie  de circunstancias en las cuales una tumba vacía no desempeñase ningún  papel. Considero, por tanto, la tumba vacía como una condición necesaria (aunque por sí misma, como hemos visto, insuficiente) para la aparición de la creencia paleocristiana con toda su concreción” («La resurrección del hijo de Dios», página 845).
 
Los encuentros con el resucitado
 
Desde  la perspectiva puramente histórica, encontramos posturas distintas  entres lo historiadores respecto de la interpretación de los encuentros  con el resucitado.
 
Por un lado, tenemos la opinión de  Antonio Piñero, cito: “El hecho de la resurrección, un acontecimiento de  un carácter tan marcadamente sobrenatural y por encima de las leyes de  la naturaleza, no pertenece al ámbito de la historia, sino de la fe. El  historiador no puede ni afirmarlo ni negarlo… Mientras que para los  creyentes la diversidad es debida a tradiciones diferentes, conservadas  por grupos diversos de cristianos, para los escépticos es una prueba de  la inconsistencia de la tradición en un punto importantísimo y crucial  para la fe.
Mientras los creyentes ven en las diferencias –mejor que una  uniformidad artificialmente elaborada- una prueba de la antigüedad y de  la veracidad histórica, los críticos estiman que esta inconsistencia  hace imposible considerar como algo fundamentalmente histórico el hecho  de la resurrección” («Guía para entender el Nuevo Testamento», páginas 222 y 223).
 
Por otro lado, traigo ahora a colación la opinión del no menos crítico y perspicaz que Antonio Piñero, E. P. Sanders, cito:
 
“No  considero que el fraude deliberado sea un explicación digna de mención.  Muchas personas mencionadas en esas listas iban a pasarse el resto de  su vida proclamando que habían visto al Señor resucitado, y varias de  ellas morirían por su causa. Además, un engaño premeditado había  producido una unanimidad mayor, en vez de eso, parece que hubo  competidores: «¡Yo lo vi primero!»; «¡No!, fui yo». La tradición de  Pablo de que quinientas personas vieron simultáneamente a Jesús ha  llevado a algunos a sugerir que los seguidores de Jesús sufrieron una  histeria colectiva. Pero la histeria colectiva no explica las otras  tradiciones”.
 
“Para muchos, los datos de Pablo resultan  muy sugestivos. No distingue éste, en cuanto a la especie, entre la  aparición del Señor que él experimentó y las demás. Si tuvo una visión,  puede ser que ellos también tuvieran visiones. Pero entonces, ¿por qué  insiste Pablo en que vio un cuerpo espiritual? Podría haber dicho un  “espíritu”
 
“Que algunos seguidores de Jesús –y más tarde  Pablo-tuvieron experiencias de la resurrección es, a mi juicio, un  hecho. Cuál fue la realidad que originó tales experiencias, no lo sé” («La figura histórica de Jesús», página 303).
 
Gerd  Theissen y Annette Merz, haciendo referencia a los relatos de los  encuentros con el resucitado, sostienen: “Pero los relatos difieren  luego porque, tras el relato del sepulcro, la base común desaparece.  Justamente por eso, los relatos de las apariciones poseen un gran valor  en el aspecto histórico. Particularmente en la aparición de los once  discípulos, las diferencias entre las diversas versiones son demasiado  notables para poder depender literariamente unas de otras. Pero las  coincidencias son suficientes, sin duda, para poder inferir unos hechos  reales detrás de los relatos” («El Jesús histórico», páginas 544 y 545)
 
Finalmente,  quiero cerrar esta sección con las palabras de N. T. Wright: “Por todas  estas razones concluyo que el historiador, sean cuales sean sus  creencias, no tiene más opción que la de afirmar la tumba vacía y los  "encuentros" con Jesús como "acontecimientos históricos" en todos los  sentidos esbozados en el capítulo 1: tuvieron lugar como acontecimientos  reales; fueron acontecimientos importantes; son, en el sentido normal  requerido por los historiadores, acontecimientos demostrables; los  historiadores pueden y deben escribir sobre ellos. Sin ellos no podemos  dar razón del cristianismo primitivo.
La hipótesis de "tumba más  encuentros" queda garantizada, en efecto, por esa doble semejanza y  doble desemejanza (con el judaísmo por un lado y con la iglesia  primitiva por otro) que he defendido anteriormente como control  metodológico en el estudio de Jesús68. Unas historias como éstas, con el  tipo de explicación que los primeros cristianos ofrecían, tienen el  sentido que tienen dentro del judaísmo del siglo I (semejanza), pero  nadie dentro del judaísmo del siglo I esperaba algo así (desemejanza).
Unas historias como éstas sí explican, en efecto, la aparición del  cristianismo primitivo (semejanza), pero no se pueden explicar como la  proyección retrospectiva de la fe, la teología y la exégesis  paleocristianas (desemejanza)” («La resurrección del hijo de Dios», página 862).
 
El papel de Jesús en la génesis del Cristianismo
 
¿Confirma  la resurrección el mesianismo de Jesús? ¿Por qué el nombre de la  religión que se fundamenta en la persona de Jesús de Nazaret no es  «Jesuísmo», sino «Cristianismo»? ¿No entraña ya el nombre «Cristianismo»  una valoración de Jesús que en cierto modo va mucho más allá de la que  al parecer tuviera de sí mimo el Jesús histórico?
 
La palabra «Cristo» 
 
La  palabra Cristo, no es tanto un nombre como un adjetivo, y significa  “ungido”. Viene siendo el equivalente griego del hebreo “mashiaj”,  igualmente ungido.
 
Algunos ejemplos del uso de la palabra griega “jristós” en la Septuaginta son:
 
Levítico 4.5 “Y el sacerdote ungido tomará de la sangre del becerro, y la traerá al tabernáculo de reunión”
 
Aquí la expresión “el sacerdote ungido” es en hebreo “ha-kohen ham-mashiaj”, y en la Septuaginta “jo jiereús jo jristós”.
 
Levítico 4.16 “Y el sacerdote ungido meterá de la sangre del becerro en el tabernáculo de reunión”
 
Aquí la expresión “el sacerdote ungido” es en hebreo “ha-kohen ham-mashiaj”, y en la Septuaginta “jo jiereús jo jristós”.
 
Levítico  6.15 “Y tomará de ella un puñado de la flor de harina de la ofrenda, y  de su aceite, y todo el incienso que está sobre la ofrenda, y lo hará  arder sobre el altar por memorial en olor grato a Jehová”
 
Aunque  en la versión Reina Valera de 1960 no aparece la expresión “el  sacerdote ungido”, en cambio en el texto hebreo sí se la encuentra, o  sea, “ha-kohen ham-mashiaj”, y en la Septuaginta “jo jiereús jo  jristós”.
 
Levítico 21. 10 “Y el sumo sacerdote entre sus  hermanos, sobre cuya cabeza fue derramado el aceite de la unción, y que  fue consagrado para llevar las vestiduras, no descubrirá su cabeza, ni  rasgará sus vestidos”
 
Aquí la expresión “el sumo  sacerdote” (que se considera ungido) es en hebreo “ha-kohen ha-gadól”  (el gran sacerdote), y en la Septuaginta “jo jiereús jo mégas”. Pero en  este pasaje la palabra “jristós” es usada en conexión al aceite de la  unción, en hebreo aquí, “shemén ham-mishjáh”, y en la Septuaginta “tu  eláiu tu jristú”.
Levítico 21.12 “Ni saldrá del santuario, ni  profanará el santuario de su Dios; porque la consagración por el aceite  de la unción de su Dios está sobre él. Yo Jehová”
 
En este  pasaje tenemos la misam situación del pasaje anterior, sólo que esta vez  cambia la morfología de las formas hebreas y griegas por razones   sintácticas.
 
1 Samuel 24.6 “Y dijo a sus hombres: Jehová  me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo  extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová”
 
Aquí la expresión “el ungido de Jehová” es en hebreo “li-meshiaj adonay”, y en la Septuaginta “to jristó kuríu”.
 
Amós  4.13 “Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y  anuncia al hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y  pasa sobre las alturas de la tierra; Jehová Dios de los ejércitos es su  nombre”
 
Aquí la expresión “al hombre” es en hebreo  “le-adam”, pero en la Septuaginta va un poco más allá, y habla de “su  ungido” (“ton jristón autú”).
 
Después de este análisis, pienso que estamos mejor preparados para comprender el hecho de considerar el Jesús como “el Cristo”.
 
Para  mostrar la combinación Jesucristo como Cristo jesús, voy a quedarme  dentro de los límites del considerado primer escrito de Pablo y del  Nuevo Testamento, 1 Tesalonicenses.
 
Como ejemplos del empleo de la expresión «Jesucristo», consideremos a:
 
1  Tesalonicenses 1.1 “Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los  tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia y paz sean  a vosotros”
 
1 Tesalonicenses 5.9 “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”
 
1 Tesalonicenses 5.28 “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros. Amén”
 
Como ejemplos del empleo de la expresión «Cristo Jesús», consideremos a:
 
1  Tesalonicenses 2.14 “Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser  imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea;  pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas  que ellas padecieron de los judíos”
 
1 Tesalonicenses 5.18 “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”
 
Estas  dos formas, «Jesucristo», y «Cristo Jesús», en esencia comunican la  misma idea (puesto que «Jesús es nombre», y «Cristo», adjetivo): «Jesús  que es el Cristo», o sea, «Jesús el ungido», «el Mesías». De la misma  forma, «Cristo Jesús», apunta a «el Cristo» («el Mesías») que es  «Jesús». En consecuencia, tenemos que admitir que el nombre  “Cristianismo” es el adecuado respecto de las pretensiones cristianas  relativas al mesianismo de Jesús. En resumen, el nombre «Cristianismo»  supone la confesión de que «Jesús el Cristo», o sea, «Jesús es el  Mesías».
 
Ahora bien, ¿confirma la resurrección el mesianismo de Jesús? La opinión de N.T. Wright es que no, cito:
 
“La  resurrección y la encarnación se confunden con frecuencia. Los teólogos  hablan a menudo de la resurrección como si ésta connotara directa y  necesariamente la divinidad de Jesús, y como si de hecho connotara poco  más. La objeción a una investigación histórica de la resurrección  resulta, pues, evidente: las flechas simplemente no alcanzarán el Sol.  No se puede montar una argumentación histórica y terminar demostrando a  "dios", o demostrando que Jesús fue la encarnación del Único Dios  Verdadero53.
El historiador ni siquiera debe intentar pronunciarse sobre  un tema que llevaría tan directamente a la cuestión de si este dios  estaba en Cristo. Incluso Pannenberg, quien por supuesto sí piensa que  podemos hablar históricamente de la resurrección, va, a mi parecer,  demasiado lejos en la dirección de establecer un vínculo directo entre  la resurrección y una cristología de la encarnación”
 
“Parte  del problema que aquí se plantea -y sobre el cual hemos de volver-  estriba en la confusión que sigue existiendo acerca del significado de  la condición mesiánica. Desde una perspectiva del siglo I, decir que  Jesús es "el Cristo" equivale a decir que es ante todo el Mesías de  Israel, y no a decir que es el Logos encarnado, la segunda persona de la  Trinidad, el hijo unigénito del padre. Durante el ministerio de Jesús y  en el cristianismo  más antiguo, ni siquiera la expresión "hijo de  dios" significa lo que vino a significar en la teología posterior,  aunque ya en tiempos de Pablo se puede observar una ampliación de su  significado.
Pero, aun cuando nos hayamos recordado todo esto, la  resurrección no tiene por qué entrañar necesariamente la condición  mesiánica.
Si se hubiera descubierto con vida tres días después a uno de  los dos bandidos crucificados con Jesús, o si uno de los mártires  macabeos (que, según se cuenta, murieron con la promesa de la  resurrección en los labios) hubiera sido resucitado a los pocos días,  ello habría llenado de alegría a sus familiares y de asombro a sus  amigos; se habría  producido un gran agujero en la expectativa judía del  segundo Templo, por no hablar ya de las cosmovisiones no judías; pero  nadie habría concluido que esa persona era el Mesías, y mucho menos que  él (o ella, ya que al menos un notable mártir macabeo fue una mujer)  fuera en sentido alguno un ser divino encarnado” («La resurrección del hijo de Dios», páginas 52 y 53)
 
A  pesar de que probablemente a la mayoría de los cristianos le parezca  extraña la interpretación de N. T. Wright, lo cierto es que, desde la  perspectiva del judaísmo, la resurrección no vino a confirmar que Jesús  es el Mesías que, por cierto, todavía están esperando.
 
Por  otro lado, precisamente por la peculiaridad y distinción que comporta  el mesianismo que los cristianos le atribuyen a Jesús, en contraste con  las históricas y tradicionales perspectivas mesiánicas judías, Charles  Harold Dod, plantea:
 
“Excepto en un pasaje del cuarto  Evangelio, nunca se presenta a Jesús reivindicando tan prolijamente que  él es el Mesías, y ni siquiera aquí se trata de una reivindicación  pública. Más aún: parece que Jesús mismo trató de disuadir a otros que  querían darle tal título, aunque quizá no siempre se halla en  condiciones de hacerlos callar. Sólo en dos casos parece, algo  dudosamente, haberlo aceptado.
En la primera ocasión, tal como lo  describen los tres primeros Evangelios, Jesús se halla solo con sus  discípulos más allegados, en un lugar fuera de los límites de Palestina,  conocido como Cesarea de Filipo. Jesús preguntó a los discípulos quién  decían las gentes que era él. Ellos dieron diferentes respuestas. Luego  preguntó: «y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Pedro respondió: «Tú  eres el Mesías.» Desde este punto divergen nuestros informadores. Según  Marcos (seguido de cerca por Lucas), Pedro no obtuvo respuesta alguna,  sino que Jesús «les advirtió severamente que a nadie dijeran nada acerca  de él.»
Mateo se expresa de otra manera. Según él, Jesús hizo buena  acogida a la aserción de Pedro, pero, con todo, después de alabarlo,  pasó (como en el relato de Marcos) a advertirles que no dijeran a nadie  que él era el Mesías.
En Juan (para completar nuestro examen) tenemos la  sensación de contemplar la misma escena, aunque quizá a través de un  medio menos transparente, pero que nos permite ver sus grandes líneas.  Según Juan, Pedro ni usó realmente el término «Mesías»; sino que dijo:  «Nosotros sabemos bien que eres el santo de Dios.» La diferencia puede  ser puramente verbal: la «unción» (que constituye en Mesías) es  consagración, y la persona consagrada es «santa» por definición. En esta  escena hay algo extrañamente enigmático.
¿Quiso o no quiso Jesús  aceptar el título? Si nos atenemos a Mateo, lo quiso, aunque con cierta  reserva. Si nos  atenemos a Marcos, Lucas y Juan, todo lo que podemos  decir es que no lo rechazó”
 
“Examinemos ahora la otra  ocasión. Según los tres primeros Evangelios, cuando Jesús compareció  ante el tribunal de Pilato, se le preguntó a bocajarro: « ¿Eres tú el  Mesías?» Según Marcos, respondió sin ambages: «Sí, lo soy». Según Mateo.  la respuesta fue: «Son tus palabras» (literalmente: «Tú lo has dicho»;  no hay una prueba suficiente de que esto fuera una forma reconocida de  afirmación, ni en griego ni en hebreo o arameo; podemos parafrasear:  «Puedes pensarlo así, si te parece»).
En Lucas leemos que Jesús se negó  absolutamente a responder. «Si tú eres el Mesías, dínoslo», dice el sumo  sacerdote. Jesús replica: «Si os lo digo, no creeréis; y si os  pregunto, no responderéis.» Juan no describe la escena ante el sumo  sacerdote, pero parece haber un eco de ella en un pasaje donde se  requiere públicamente a Jesús con palabras semejantes a las escogidas  por Lucas: «Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente.» Jesús replica:  «Os lo dije ya, pero no queréis creerlo» (dando a entender, como se ve,  que diferentes cosas que había dicho y hecho podían sugerirles la  respuesta apropiada).  Aquí volvemos a encontrarnos con el mismo  problema: ¿quiso o no quiso Jesús aceptar el título de «Mesías» cuando  se le preguntó públicamente?”
 
“Ciertamente Jesús era  Mesías, pero en el sentido que él mismo daba al término. Así pues,  debemos formular de otra manera la cuestión y preguntar no si Jesús  pretendió ser el Mesías, sino « ¿qué clase de Mesías entendía ser?» No  sería el Mesías de la expectación popular. ¿Cuál, pues? En Cesarea de  Filipo, Pedro ensalzó a Jesús como Mesías. Jesús, después de advertir a  sus discípulos que no dijeran nada de esto en público, abruptamente  cambió de tema, o así les pareció a ellos: «Comenzó a  enseñarles sobre que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho y que  había de ser reprobado.» (La expresión enigmática «Hijo del hombre» será  examinada en otro lugar; aquí podemos tomarla sencillamente como una  circunlocución en el sentido de «yo»). Pedro se escandalizó y trató de  poner las cosas en su punto: « ¡Dios no lo quiera! ¡No, Señor, esto no  te debe suceder!» Jesús replicó en términos de una aspereza inusitada: «  ¡Quítate de mi presencia, Satanás, porque no piensas a lo divino, sino a  lo humano». Bajo la radical permutación latía una profunda diferencia  de puntos de vista.
Para Pedro, aquel hablar de sufrimiento y de  reprobación estaba en absoluta contradicción con cualquier idea  mesiánica; la mayoría de los judíos de aquel tiempo habrían pensado  también de aquella manera. El Mesías había de ser un conquistador, no  tenía que sufrir ni ser reprobado, sino aclamado como rey de Israel. Así  parecían afirmarlo las Escrituras” («El fundador del cristianismo», páginas 116-120)
 
Ahora  pienso que son importantes aquí la perspectiva de un judío confesante  de la línea del judaísmo rabínico u ortodoxo: “Escribí este libro para  arrojar alguna luz sobre las razones por las que, mientras que los  cristianos creen en Jesucristo y en las buena noticia de su  entronización en el reino de los Cielos, los judíos creen en la Torá de  Moisés y forman en la tierra y en su propia carne el reino de Dios de  sacerdotes y santos. Y esta creencia exige que los judíos fieles  disientan de las enseñanzas de Jesús, por la razón de que dichas  enseñanzas, en puntos importantes, contradicen a la Torá. Donde Jesús  discrepa de la revelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí, que es la  Torá, está equivocado, y Moisés tiene razón” (Jacobo Neusner «Un Rabino habla con Jesús», página 199).
 
Previamente,  Jacobo Neusner había planteado: “¿Pretendo yo que, después de leer mi  libro, revisen los cristianos sus convicciones acerca del Cristianismo?  En absoluto. La fe cristiana encuentra una legión de razones para creer  en Jesucristo, (no simplemente que Jesús era y es Cristo); todo lo que  yo afirmo y defiendo es que, puede ser, pero no porque diera  cumplimiento a la Torá, o sostuviera la Torá, o se ajustara a la Torá;  no porque mejorara la Torá. Según ese criterio, no habría seguido a  Jesús entonces, y no aconsejaría a nadie seguirlo ahora” («Un Rabino habla con Jesús», página 26).
 
Como  se ve por las expresivas palabras de Jacobo Neusner, la resurrección de  Jesús podría haber originado un tipo de mesianismo al cual se aferra el  Cristianismo, pero no ha logrado el que la persona, enseñanza y obra de  Jesús de Nazaret satisfaga las más amplias expectativas judías en torno  figura que, aún esperan, del Mesías.
 
Ahora bien, ¿fundó  Jesús el Cristianismo? ¿Qué relación podemos establecer entre la  resurrección de Jesús y los orígenes del Cristianismo?
 
Al  respecto, Bart D. Ehrman se pronuncia en la siguiente manera: “El  cristianismo es una religión arraigada en la creencia en la muerte de  Jesús y su resurrección de entre los muertos. No obstante, parece que  ésta no fue la religión que Jesús predicó a los judíos de Galilea y  Judea. Si usamos un formulación que los estudiosos han propuesto a lo  largo de los años, diremos que el cristianismo no es tanto la religión  de Jesús (es decir, la que él mismo proclamó) como la religión sobre  Jesús (es decir, la religión basada en su muerte y resurrección)”
 
Mi  tesis es que, para e historiador, el cristianismo empieza después de la  muerte de Jesús, no con la resurrección, sino con la creencia en su  resurrección” («Jesús el profeta judío apocalíptico», páginas 285 y 286).
 
Después  de considerar el punto de vista de Bart D. Ehrman Consideremos cómo en  el Nuevo Testamento mismo se evidencia la crisis de fe y teológica en la  que entraron los discípulos y discípulas de Jesús, con el prendimiento y  muerte de Jesús:
 
“13Y he aquí, dos de ellos iban el mismo  día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de  Jerusalén. 14E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían  acontecido. 15Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús  mismo se acercó, y caminaba con ellos. 16Mas los ojos de ellos estaban  velados, para que no le conociesen. 17Y les dijo: ¿Qué pláticas son  estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis  tristes? 18Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo:  ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que  en ella han acontecido en estos días? 19Entonces él les dijo: ¿Qué  cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta,  poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; 20y  cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a  sentencia de muerte, y le crucificaron. 21Pero nosotros esperábamos que  él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto,  hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Lucas 24.13-21).
 
¿Habremos  llegado, tal vez, a la más clara percepción y entendimiento de la  frustración y crisis en la que entraron los seguidores y seguidoras de  Jesús al enfrentarse con la muerte de éste?
 
A la pregunta de si Jesús fue el fundador del Cristianismo, Antonio Piñero responde:
 
“El  Cristianismo es la teología del Nuevo Testamento y ésta sólo fue  formulada por los discípulos de Jesús, no por Jesús mismo. Por tanto,  una primera respuesta: desde este punto de vista objetivo y sencillo,  obvio y veces olvidado, Jesús no pudo ser el fundador del Cristianismo  ya que éste nace más tarde que él”
 
“La cuestión debería  formularse, pues, de otro modo: ¿fue Jesús el impulsor de una ideología  religiosa que posteriormente, gracias a sus ideas, y sin cambios  sustanciales, se convertiría en el cristianismo? O ¿tiene esta religión  unas características tan peculiares respecto a la religión de Jesús y su  concepto de la salvación del ser humano que debe considerarse como una  entidad en muchos e importantes puntos nueva y casi «autónoma»?”
 
“¿Fue  realmente Jesús el fundador de un culto nuevo? Dado el pensamiento  religioso de Jesús, no fue éste el fundador del cristianismo, sino su  primer impulsor. Esta frase debe entenderse del siguiente modo:  Independientemente de de lo que el Jesús histórico pudo o no haber  hecho. Es incuestionable que él inició el proceso que se convirtió en el  Cristianismo. Jesús, con su genio religioso, reflexionó profundamente  sobre la religión judía e hizo un especia hincapié en ciertos aspectos  de ella que lo situaron en un punto aparte dentro del panorama de la  religiosidad judía del primer siglo (compárese el punto de vista  expresado por Jacobo Neusner)”
 
El cristianismo no se  entiende sin Jesús de Nazaret, cierto, pero más como condición y  fundamento que como su fundador estricto” («Guía para entender el Nuevo Testamento», paginas 300 y 301).
 
Continúa  Pinero diciendo: “Si por definición se admite que la teología cristiana  constituye la esencia de la nueva religión, es evidente que ésta sólo  se plasmó después de la muerte de Jesús. Visto desde afuera no hay fe  cristiana hasta después de la Pascua, por tanto, sólo hay cristianismo  tras la muerte de Jesús, no antes” («Guía para entender el Nuevo Testamento», pagina 299).
 
Desde  esta perspectiva, concluimos que con la muerte y resurrección de Jesús  se dieron las condiciones para que efectivamente surgiera el  Cristianismo; no obstante, sin lograr que el judaísmo desapareciera,  perdiera su vigor,  o se sintiera sustituido o desplazado por el  Cristianismo, por la fe que entiende que Jesús es el Cristo, el Mesías. 
 
No  existe, pues, Cristianismo sin Jesucristo, cierto, pero sólo con un  Jesús que realmente vive. No puede haber Cristianismo sin Jesús de  Nazaret, sí, y sólo sí, con un Jesús de Nazaret, que vive, y que es  confesado por aquellas personas que creen en él, como el Cristo, como el  Mesías.
 
Concluyo con las elocuentes palabras de Pablo:
 
“Y  si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni  tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen. 15Si esto fuera así,  nosotros resultaríamos ser testigos falsos de Dios, puesto que  estaríamos afirmando en contra de Dios que él resucitó a Cristo, cuando  en realidad no lo habría resucitado si fuera verdad que los muertos no  resucitan” 1 Corintios 15.14-15
 
“Pero lo cierto es que  Cristo ha resucitado. Él es el primer fruto de la cosecha: ha sido el  primero en resucitar” 1 Corintios 15.20
 
“Por lo tanto, mis  queridos hermanos, sigan firmes y constantes, trabajando siempre más y  más en la obra del Señor; porque ustedes saben que no carece de  fundamento el trabajo que hacen en unión con el Señor” 1 Corintios 15.
 
 
¡Bendiciones y saludos fraternales!