viernes, 19 de noviembre de 2010

Herencia de Jehová son las hijas ¿Quién dijo eso?

Reflexión en perspectiva de género según Salmos 127:3 (Parte 3)

Después de lo planteado en la sección anterior, cabe preguntarse ahora: ¿existe en el hebreo del Antiguo Testamento una palabra que, al igual que en el griego del NT, pueda hacer referencia, al mismo tiempo, a “hijos e hijas”? Sí. Esta palabra es “bayít” que literalmente significa “casa”, pero que también se usa para hacer referencia a los individuos (sin distinción de sexo) que conviven en un hogar.

Algunos ejemplos son:
Génesis 34.30 “Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa.

Si sois hombres honrados, quede preso en la casa de vuestra cárcel uno de vuestros hermanos, y vosotros id y llevad el alimento para el hambre de vuestra casa

Génesis 42.33 “Entonces aquel varón, el señor de la tierra, nos dijo: En esto conoceré que sois hombres honrados: dejad conmigo uno de vuestros hermanos, y tomad para el hambre de vuestras casas, y andad.

Josué 24.15 “
Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.

Ahora bien, ¿es “bayít” la palabra que se traduje “hijos” en el Salmo 127? Respuesta: No. Luego, podemos afirmar que estamos en lo cierto cuando concluimos en que, sin duda alguna, el autor del Salmo 127 no tenía en mente a las “hijas” (“las nacidas”), sino propia y únicamente a los “hijos” (“los nacidos”).

Entonces, podemos decir que una buena traducción de la primera parte del Salmo 127.3 es “He aquí herencia del Señor son los hijos varones”.

Ahora, a pesar de lo que hemos dicho, es posible que algunos me pregunten, hermano Benjamín, ¿y qué de la segunda parte del pasaje en cuestión (“Cosa de estima el fruto del vientre”), que pareciera no ser tan excluyente?

Ante tal pregunta, mi respuesta es la siguiente:

En primer lugar, digo que no se debe interpretar o entender la frase “Cosa de estima el fruto del vientre” fuera de su contexto.

En segundo lugar, que lo que tiene en mente el salmista es a los hijos varones, se comprueba fácilmente, al considerar precisamente el versículo contiguo, o sea, el versículo cuatro (4), cuando afirma: “Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud”.

Ahora, preguntémonos, ¿cuál es la palabra hebrea que se traduce “hijos” en el versículo cuatro (4)?

Respuesta: la misma que aparece en el versículo tres (3), “ben”.

En tercer lugar, que el versículo cinco (5) del mismo Salmo 127 viene a imposibilitar por completo cualquier pretensión de ser inclusivos e incluir a las hijas” en la clásica declaración del versículo tres (3), puesto que afirma: “Bienaventurado el hombre (el varón) que llenó su aljaba de ellos (de hijos varones); No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta.”

¿Por qué digo que el versículo cinco (5) imposibilita definitivamente la idea de ser inclusivos (incluyendo varones y hembras) en el versículo tres (3)?

Porque dicho versículo, teniendo como telón de fondo la cultura patriarcal hebrea, en la que la mujer no iba a la guerra, ni era la cabeza de hogar (si bien se entendía que el hogar era su espacio natural); era obvio que los conflictos entre familias, clanes, y tribus, eran asuntos de varones, que se discutían y resolvían entre varones. A la luz de estas concepciones, era lógico pensar que el tener varios “hijos varones” sería u
n factor determinante en un conflicto entre dos familias, clanes o tribus.

Luego hay que concluir precisamente en que en ese contexto sociocultural, donde primaban tales concepciones, es que el Salmista exalta los frutos del vientre, en otras palabras, cuando fueren varones.

Este mismo trasfondo es el que también comparten otros hechos o situaciones en la Biblia, como por ejemplo, el que en un censo no se contaban las mujeres y los niños, pues el censo tenía que ver más bien con la capacidad de constituir un ejército para la batalla, que con otra cosa (Léase Números 1.1-44; 34.29; 2 Samuel 24; 1 Crónicas 21).

Otro pasaje que también va en la misma línea del Salmo 127, es el versículo tres (3) del Salmo 128 “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos (específicamente los varones) como plantas de olivo alrededor de tu mesa.”

Es interesante que lo que ocurre en el Salmo 127.3 es exactamente lo mismo que vemos en el Salmo 128, que el texto hebreo usa la “ben” y la Septuaginta la palabra “huiós.

Finalmente, hay evidencia en el Nuevo Testamento mismo de la persistencia de esta concepción patriarcal. Un ejemplo notable lo constituye el empleo de la expresión “sin contar a las mujeres y los niños”, por ejemplo:

Mateo 14.21 “Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Mateo 15.38 “Y
eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Hechos 4.4 “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.

En la parte final de este estudio creo que son muy ilustrativas las siguientes palabras de especialista en Nuevo Testamento, Joachim Jeremías (Jerusalén en tiempos e Jesús, Ediciones Cristiandad).

Es significativo que el nacimiento de un varón era motivo de alegría, mientras que el nacimiento de una hija se veía frecuentemente acompañado de indiferencia, incluso de tristeza” (página 468).

También las relaciones entre los hijos y los padres estaban determinadas por la obediencia que la mujer debía a su marido; los hijos estaban obligados a colocar el respeto debido al padre por encima del respeto debido a la madre, pues la madre, por su parte, estaba obligada a un respeto semejante hacia el padre de sus hijos.

En esta misma línea de pensamiento, hay que destacar el hecho de que para cuando una mujer daba a luz a “un hijo” era “inmunda” una semana, y luego pasabapor treinta y tres (33) días de purificación. Pero cuando daba a luz a “una hija”, era “inmunda” por dos semanas y estaba sometida a sesenta y seis (66) días de purificación (compárese Levítico 12).

Recomendación: La expresión “herencia de Jehová son los hijos” (Salmo 127.3, Reina Valera 1960) debe entenderse e interpretarse a la luz del carácter patriarcal de la cultura hebrea, y a la luz del Salmo 127 por completo. En ese mismo contexto hay que también interpretar el contenido del Salmo 128.3.


Conclusión: Por toda la evidencia presentada en nuestro análisis, concluyo en que la expresión “herencia de Jehová son los hijos” (Salmo 127.3, Reina Valera 1960) no incluye a las hijas.


Ahora bien, esto no significa que no podamos concebir a las hijas como “herencia” o “regalos” de Dios. Pero para hacer esto, y reinterpretar el valor de la mujer (en cada una de las etapas de su vida), estamos llamados y llamadas a sumir una postura crítica frente a los contextos patriarcales en que surgieron los textos bíblicos y que constituyen su telón de fondo.

La buena exégesis nos impone que no introduzcamos ideas en los textos cuando estos no la contienen o no dan base para hacerlo. Pero una lectura hoy, desde contextos muy distintos a los contextos en los cuales surgieron los textos bíblicos,nos invita a hacer la debida relectura (con un sentido crítico), y los ajustes de lugar, a fin de que los textos bíblicos sigan teniendo relevancia en nuestros propios contextos.


Pienso que hallamos en Pablo un pensamiento hasta cierto punto innovador, que nos invita a transitar el mismo camino, cuando afirma: “Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; 12porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios” (1 Corintios 11.11-12). Así como en Gálatas 3.28 “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.

Y yo digo: Ya no hay nacional ni extranjero, ni esclavo ni libre, ni varón, ni mujer, ni hijos, ni hijas; porque todos tenemos el mismo valor y, constituimos por igual una sola familia y un solo cuerpo en Cristo Jesús. ¡Amén!

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