lunes, 31 de enero de 2011

De mandatos y obligaciones bíblicas (1 de 10)

Biblia y comunidad de fe (comunidad lectora)

Observaciones previas:

Me gustaría dejar bien claro desde un principio y, en primer lugar, que con esta serie no me he propuesto el cambiar o modificar la liturgia, o lo que podríamos llamar “calendario litúrgico” de iglesia o comunidad de fe alguna. En verdad, y como he dicho antes, no hago proselitismo de ningún tipo. De hecho, a pesar de las conclusiones a las que llegue respecto a la que entienda como la más adecuada interpretación o conclusión de algunos textos, en ningún momento sugiero el que alguna comunidad de fe deba cambiar o hacer ciertos ajustes en su liturgia. Eso es una responsabilidad absoluta de cada comunidad de fe. Otra cosa es que nuestro trabajo reciba la ponderación necesaria y lo tomen como una adecuada y humilde referencia.

Lo cierto es que por más que un bautista argumente, por ejemplo, el pentecostal no dejará de ser lo que es, y viceversa, y la historia está ahí. Esto se ha de aplicar respecto de las argumentaciones de las más diversas comunidades de fe. En verdad no pienso que por mis argumentaciones necesariamente alguien perderá su identidad, como tampoco pienso que por más que otros argumenten en contra de mi postura, eso vaya a cambiar mi identidad o mis convicciones. Obviamente, estoy plenamente convencido de que una vez que se escribe un texto, nadie puede controlar su impacto, la forma en que afecte a los lectores y lectoras, lo que pueda originar dicho texto, y lo decisivo que pudiera ser en el desarrollo o consolidación de ciertas actitudes, al margen de las reales intenciones de su autor.

En segundo lugar, que esta reflexión se da dentro del cristianismo como tal. Es decir, en el contexto de iglesias o comunidades de fe que no se consideran simples apéndices o extensiones de alguna forma o expresión de la religión hebrea. Esta reflexión se da en el contexto de iglesias y comunidades de fe que están plenamente conscientes de que, si bien hacen suya una parte de la herencia religiosa hebrea (principalmente los 39 libros del Tanaj, al que llaman AT); su particular lectura y sus pretensiones (comenzando por la peculiar lectura que hace el NT mismo del AT), las sitúa en el contexto, vitalidad y dinamismo de una religión totalmente distinta, con sus propias y peculiares características, como lo es el cristianismo. Y esto a pesar lo que piense cualquiera de las expresiones de la religión hebrea. Insisto, esta reflexión se da en el contexto de iglesias y comunidades de fe que se consideran legítimamente cristianas, con todo lo que eso implica y supone.

Por otro lado, quien escribe, lo hace como cristiano, consciente de la historia del cristianismo, de sus elementos comunes con la fe hebrea, de sus pretensiones y sus peculiaridades. Quien escribe por lo general asume una postura crítica a lo interno del cristianismo mismo, así como frente cualquier otra religiosidad o espiritualidad que compita con ella. No asumo un postura inocente, simplista o complaciente frente las pretensiones cristianas, obviamente, tampoco lo hago ni lo haré frente a las demás expresiones religiosas, no importa de donde vengan.

El tercer lugar, que mi objetivo básico es arrojar un poco más de luz, tratar de demostrar que en esencia, y en concreto, cada comunidad lectora dentro del cristianismo (y fuera de él, aunque no es ese mi tema), a pesar de compartir y asumir los mismos textos sagrados, se relaciona con dichos textos prácticamente en la misma forma. Que cada comunidad lectora que asume dichos textos sagrados y comunes, los asume, a la luz de la particular lectura que hace de los mismos. Luego, en el contexto de esa particular lectura, los explica, los interpreta (define una ortodoxia) y aplica (define una ortopraxis), pues son las premisas particulares de cada comunidad lectora lo que explica y determina la manera en que ésta asume los textos sagrados, su peculiar sistema de doctrina, así como su particular praxis cristiana.

Por esta razón, invito a la humildad y al respeto mutuo y recíproco. Lo cierto es que si bien las distintas comunidades lectoras dentro del cristianismo se critican y acusan recíprocamente de algunos inadecuados procedimientos metodológicos, respecto a la interpretación y aplicación de la Biblia; parece que en verdad, cada comunidad lectora cae en su momento, pero quizás en temas distintos, en los mismos tipos de “errores” o “desaciertos” en ese sentido.

En fin, lo que me propongo es crear un poco más de conciencia respecto a la manera muy similar en que las distintas comunidades lectoras de la Biblia se relacionan con ella; tipo de relación que es más parecida de lo que muchas comunidades lectoras están dispuestas a admitir.

Es mi deseo que al finalizar esta serie de diez (10), por lo menos estemos dispuestos a reconocer ciertas realidades, a moderar ciertas actitudes, a ser más humildes, y tener una visión más positiva de nuestros hermanos y hermanas en la fe.

Introducción: ¿Por qué este artículo? ¿Por qué este ensayo?

Este artículo viene a ser una necesaria reflexión y reacción ante el hecho de que muchas iglesias, ministerios, concilios y líderes en particular, proclaman, dicen, anuncian y a viva voz insisten en que sólo practican aquello que la Biblia positivamente manda, lo que realmente es o sea un mandato bíblico. En consecuencia, aquello que la Biblia no manda (si bien probablemente tampoco lo prohíba), se supone que no lo han de poner en práctica. ¿Será esto cierto?

No obstante, a pesar de esta habitual proclama, me propongo demostrar con dos ejemplos específicos, por un lado, que tal afirmación no es del todo verosímil, y por otro, que esta afirmación pone en evidencia la pretensión de minimizar la función y fuerza de la comunidad lectora en la lectura y aplicación de un texto. También se percibe en esa forma de hablar la pretensión (consciente o no) de no reconocer, el papel decisivo y muy determinante de la comunidad lectora en la fijación de aquello que se entiende que es un mandato bíblico, de aquello que se entiende que es una obligación bíblica, y una obligación cristiana.

En este ensayo voy a tomar en cuenta sólo dos casos muy específicos con los cuales pienso bastarán para demostrar con suficiente claridad el hecho de que al fin y al cabo, es la comunidad lectora o hermeneuta (la comunidad de fe que lee e interpreta), y no el texto bíblico, la que determina si un hecho ha de interpretarse como descriptivo, ilustrativo o como mandato o no, como vinculante o no.

En este trabajo por lo general voy a emplear el término “comunidad lectora,” siguiendo a Walter Brueggemann, para hacer referencia a la comunidad de fe o iglesia que asume, lee, interpreta y aplica el texto. Como bien lo plantea Brueggemann (Teología del AT), el término “iglesia” permite en insistir en aspectos teológicos, mientras que el término genérico “comunidad lectora” reconoce que la iglesia (e iglesias) no es por sí misma una comunidad lectora privilegiada en relación con la Biblia sino que, como cualquier otra comunidad lectora, no es neutral o inocente, por lo que lee teniendo intereses en juego.”

Los dos casos a estudiar son: 1) la Santa Cena (eucaristía, santa comunión, etc.), y 2) la adopción del domingo como “día del Señor” versus el cuarto mandamiento del decálogo a la luz de Romanos 14.6.

I) La Santa Cena y sus problemáticas

1) La problemática en torno al nombre

Lo primero que tengo que decir es que la primera dificultad la encontramos en la forma en que se entiende que se debe deben denominar en conjunto el bautismo y la santa cena. Por un lado están las iglesias que prefieren la denominación de “ordenanzas”. Por otro lado están las iglesias que prefieren la denominación de “sacramentos”. Entre las iglesias que prefieren la denominación de “ordenanzas” están las iglesias bautistas. Por ejemplo, en un pequeño libro publicado en el año 1991, titulado “Fundamento y práctica de fe y mensaje Bautistas”, se pronuncian en los siguientes términos: “La fe cristiana (digo yo, ¿la fe cristiana en general?, no es cierto) tiene dos ordenanzas: el bautismo y la Cena del Señor. Como bautistas reconocemos que estas ordenanzas fueron instituidas por nuestro Señor Jesucristo como símbolos de su obra redentora en beneficio del hombre. No son sacramentos, no se les atribuye ninguna eficacia «especial» como si algo misterioso que imparte una gracia salvadora para el que está participando” (página 54).

En esta misma línea interpretativa va la teología y doctrina de los llamados “Templos bíblicos” cuando sostienen: “Dentro de las prácticas de la iglesia (y yo digo, ¿Cuál iglesia?), dos fueron ordenadas directamente por el Señor Jesucristo: El bautismo (Mateo 28.19) y la Cena del Señor o Santa Cena (Lucas 22.14-20)… Como tales, no imparten en sí mismas la gracia de Dios, pues constituyen actos simbólicos de realidades espirituales ya hechas por Dios” (Apuntes doctrinales, doctrinas y prácticas de los Templos Bíblicos de la República Dominicana, página 66). Finalmente no quiero dejar de señalar que esta es la terminología que prefieren los hermanos “Adventistas del Séptimo Día”, consúltese su obra “Creencias de los Adventistas del Séptimo Día”, página 222.

Entre las iglesias que prefieren la denominación de “sacramentos” está el “Concilio de las Asambleas de Dios”, por ejemplo, consúltese su “Estatutos y reglamentos” artículo 6 (verdades fundamentales). Allí, en el literal “f” se establece que los Sacramentos de la iglesia (y yo digo, ¿Cuál iglesia?) son “el Bautismo por inmersión” y “la Cena del Señor” (página 16). También se puede consultar su “Reglamento local” páginas 11-15.

Igual que el Concilio de las Asambleas de Dios, también la Iglesia Cristiana Reformada habla de “Sacramentos” y no de “ordenanzas”. Por ejemplo, en un librito elaborado por la Iglesia Cristiana Reformada de Norte América, titulado, “Lo que significa ser reformado, una perspectiva hispanoamericana, se afirma: “Para los cristianos reformados, el corazón de culto es la predicación de la palabra de Dios y la celebración de los sacramentos” (página 47). La Iglesia cristiana Reformada también sostiene que el Bautismo y la Santa Cena son los dos únicos sacramentos establecidos por el Señor (obra citada, páginas 48 y 29).

Un hecho por demás conocido es que la Iglesia Católica y Romana también prefiere la denominación de “sacramentos”. Por ejemplo, en el actual y vigente Código de Derecho Canónico artículo 840 se estable que: “Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y encomendados a la Iglesia (y yo digo, ¿Cuál iglesia?), son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión eclesiástica” (página 392).

Ahora, una importante aclaración: ¿Qué se percibe en las palabras de las iglesias mencionadas (Bautistas, Templos Bíblicos y Adventistas) que evitan la denominación de “sacramentos” y prefieren la de “ordenanzas”? Respuesta: Que el usar la denominación “sacramentos” se le atribuye al Bautismo y a la Santa Cena (o Cena del Señor), alguna eficacia que iría mucho más allá de concebirlos como simples símbolos o signos visibles.

Sin embargo, ¿es esto necesariamente así? No. Por ejemplo, tanto el Concilio de las Asambleas de Dios como la Iglesia Cristiana Reformada, si bien usan y prefieren la denominación de “sacramentos” (en consonancia con la Iglesia Católica) no creen, sin embargo, que el Bautismo y la Santa Cena sean algo más que simples símbolos y señales (¿medios?). Por ejemplo, el Concilio de las Asambleas de Dios habla del bautismo, como sacramento, en la siguiente manera: “Es: a) Símbolo perfecto de la muerte, sepultura y resurrección de una vida nueva en Jesucristo; b) Símbolo de lavamiento o limpieza espiritual que se produce en el creyente por la sangre de Jesucristo; c) Demostración externa del sometimiento del creyente al dominio de Cristo como Señor de su vida (Reglamento local, páginas 11 y 12).

Por su parte, la iglesia Cristiana Reformada define los sacramentos como: “¿Qué son los sacramentos? Son señales sagradas y visibles, y sellos instituidos por Dios, para sernos declarada mejor y sellada por ellos la promesa del Evangelio; a saber, que la remisión de los pecados y la vida eterna, por aquel único sacrificio de Cristo cumplido en la cruz, se nos da de gracia no solamente a todos los creyentes en general, sino también a cada uno en particular” (Catecismo de Heilderberg, pregunta y respuesta # 66).

Como se puede ver, a pesar de usar y preferir la denominación “sacramentos” igual que la Iglesia Católica Romana, no obstante, el Concilio Nacional de las Asambleas de Dios y la Iglesia Cristiana Reformada no asumen la idea y concepción de “medios” que le atribuye el catolicismo romano (véase de nuevo y más arriba la definición católica de los sacramentos).

De todos modos, lo cierto es que la Biblia no manda, no ordena llamarlos “ordenanzas” ni “sacramentos”. ¿Quién, pues, ha decido optar por una preferida y más conveniente denominación? Respuesta: la comunidad lectora (la comunidad de fe o hermeneuta).

Pero, ¿Cuál es el nombre que ordena, manda, fija y establece el Nuevo Testamento para la “Santa Cena”?

Los nombres comunes con que se acostumbra a designar el “sacramento” u “ordenanza” de la Santa Cena dentro del más amplio espectro del cristianismo son: Eucaristía, Cena del Señor, Santa Cena. Me propongo arrojar un poco de luz específicamente sobre estos tres nombres, aunque admito que dentro del contexto propiamente católico, también se usan los siguientes:

«Banquete del Señor» (1 Corintios 11.20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión.

«Fracción del pan» porque este rito de partir el pan, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan (Mateo 14.19; 15.36; Marcos 8.6, 19), sobre todo en la última Cena

(Mateo 26.26; 1 Corintios 11.24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lucas 24.13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (Hechos 2.42.46; 20.7, 11).

«Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor». Porque las palabras que Jesús dijo en la última cena fueron respaldadas por la entrega que él realizó por nosotros en la cruz y por su resurrección, de tal manera que cuando termina el sacerdote las palabras de consagración todos decimos: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”.

«Comunión», porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (1 Corintios 10.16-17).

«Misa». Esta palabra viene del sustantivo missio, que significa envío, por lo tanto, hace referencia a que la Eucaristía no sólo es la comunión con Dios, también es un compromiso a vivir esa comunión fuera de la Iglesia.

«La Mesa del Señor» (1 Corintios 10.2). Entre otros.

A) Explicación del nombre “Eucaristía”

La palabra “eucaristía” es la transliteración del sustantivo griego “eujaristía” (acción de gracias, gratitud), que a su vez deriva del verbo griego “eujaristéo” (dar gracias, agradecer, estar agradecido). Los textos del NT donde encontramos a “eujaristía” son: Hechos 24.3; 1 Corintios 14.16; 2 Corintios 4.15; 9.11, 12; Efesios 5.4; Filipenses 4.6; Colosenses 2.7; 4.2; 1 Tesalonicenses 3.9; 1 Timoteo 2.1; 4.3, 4; Apocalipsis 4.9; 7.12.

Con relación al verbo “eujaristéo”, puedo decir que se lo encuentra en el relato de la llamada “última cena” de los tres evangelios sinópticos, y en 1 Corintios 11:

Marcos 14.23 “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos.”

Mateo 26.27 “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos.”

Lucas 22.19 “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí.”

1 Corintios 11.24 “24y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.”

En esto cuatro pasajes, la expresión “habiendo dado gracias” es la traducción de “eujaristésas” (participio aoristo de “eujaristéo”).

En conclusión, el nombre “eucaristía” se sustenta en el uso del verbo “eujaristéo” en los relatos que explican el origen de la llamada “Santa Cena”, a pesar de que ciertamente no hay un texto bíblico que ordene u obligue llamarla así.

B) Explicación del origen del nombre “Cena del Señor”

Este nombre se basa en un único texto en toda la Biblia, a saber, 1 Corintios 11.20: Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor.

La expresión griega que la versión Reina Valera de 1960 ha traducido “Cena del Señor” es “kuriakón déipnon” que significa “Cena (comida, banquete) del Señor (relativa o concerniente al Señor)”. No obstante, tampoco se puede demostrar que el uso de este nombre se sustente en un mandato bíblico.

C) Explicación del nombre “Santa Cena”

Respecto a este tercer nombre, muy común por cierto en el contexto de las iglesias protestantes y evangélicas, diré lo siguiente. Éste, a diferencia de los dos primeros y, a pesar de ser muy popular, no cuenta ni siguiera con un texto bíblico que demuestre su uso en el NT. Obviamente, después de reconocer su total ausencia en el NT, está demás el preguntarse sobre un fundamento bíblico que fije u obligue su uso. De todos modos resulta muy interesante el hecho de que el nombre (probablemente el más usado en la tradición protestante) para hacer referencia a la “Eucaristía” o “Cena del Señor” sea precisamente el que no tiene presencia alguna en el canon del NT.

Luego de analizar y verificar las bases de estos tres nombres, Eucaristía, Cena del Señor y Santa Cena; en lo que resta de este trabajo le daré preferencia a los dos primeros, por las conclusiones que arrojó nuestra investigación.

¡Hasta mañana con el favor de Dios!

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