Pero, por otro lado, también está la incertidumbre (a pesar del deseo de tener un año próximo venturoso y próspero) de no saber si en realidad algunos proyectos terminarán por ser definitivamente aplazados, o si tendremos que formularnos serios replanteos con relación al conjunto de metas y aspiraciones que previamente nos habíamos trazado.
De todos modos, nos resistimos, y de manera muy natural, a no creer que en el próximo año no nos irá mejor, a que en realidad no avanzaremos y que no lograremos todo aquello por lo cual hemos luchado tanto.
¿Es siempre un año nuevo la aproximación a las definitivas y más plenas concreciones de nuestros proyectos? ¿Nos acercará o nos alejará todavía más de nuestros sueños, el año próximo?
¿Qué tiene que ver la apocalíptica con estas expectativas?
La apocalíptica fue una corriente de pensamiento judío que se desarrolló alrededor del siglo II antes de nuestra era. Se caracterizaba principalmente por la expectativa de que en cualquier momento el Reino de Dios irrumpiría en el escenario de la historia humana provocando su fin. Consecuentemente, su mensaje característico consistía en la proclamación de un fin y juicio divino inminentes, en su propio tiempo, en su propia generación.
Estrechamente ligada a la apocalíptica estaba la escatología. Esta última trataba describir los hechos o eventos finales y definitivos de la historia. Se nota, entonces, la estrecha relación entre la apocalíptica (con su lenguaje de símbolos y su proclamación de un fin inminente de la historia) y la escatología (aportando y describiendo los temas y eventos que se consideran propios de la época del fin).
Podemos decir que una característica distintiva del cristianismo, en toda su historia, es que cada generación de cristianos ha vivido y actuado bajo la premisa de que estaba viviendo la época del fin (actitud que ciertamente parece incrementarse al aproximarnos al fin de un año, y el inicio de otro nuevo). Pero, ¿de dónde saca el cristianismo esa esencial característica?
D. Ehrman (Jesús, el profeta judío apocalíptico) describe cómo las expectativas apocalípticas y escatológicas del cristianismo moderno hunden sus raíces en el mensaje mismo del Jesús histórico. En esta misma línea va E. P. Sanders (Jesús y el Judaísmo; y La figura histórica de Jesús) cuando describe a Jesús como un “profeta escatológico”.
Algunos ejemplos de los evangelios que validan esta propuesta son:
“De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. 35El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
“De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios”
“También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. 33El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
Posteriormente, también vemos que las primeras dos generaciones de cristianos también se caracterizaron por la expectativa de que el fin tendría lugar en su tiempo (aunque también se percibe una especie de “desescatologización” en los libros más tardíos del NT, a pesar de Apocalipsis), consideremos por lo menos tres ejemplos:
“Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; 30y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; 31y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa”
“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 14Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. 15Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. 16Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. 17Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”(1 Tesalonicenses 4.13-18).
Ahora bien, no se puede negar el hecho de que en la medida en que desapareció la primera generación de cristianos, el énfasis en la inminencia del fin de la historia se fue perdiendo. Consideremos por lo menos dos ejemplos:
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”(2 pedro 3.9).
Como segundo ejemplo quiero citar las llamadas epístolas o cartas pastorales (1 y 2 Timoteo, Tito), donde no se percibe el énfasis escatológico que se ve, por ejemplo, en 1 Corintios y en 1 Tesalonicenses.
Por otro lado, ante el hecho de que el Reino de Dios no se manifestara en los tiempos de Jesús, tal y como lo esperaba la tradicional esperanza mesiánica judía, y en la medida en que las primeras generaciones de cristianos fueron desapareciendo sin que las cosas ocurrieran como escatológicamente pensaban, el cristianismo ha acuñado (aunque en tiempos modernos) el muy conocido lema del “Ya, pero todavía no”.
Precisamente ante muchas especulaciones y expectativas que con relación al futuro proyectan diversos grupos dentro del cristianismo, y considerando la manera en que estas concepciones determinan muchas de nuestras actitudes frente al presente; quiero que consideremos la perspectiva de un Rabino del Judaísmo ortodoxo (Jacob Neusner) que, aunque supone una crítica al cristianismo (y de hecho, reflexiona desde otro marco de referencia), pienso que todavía podemos aprender mucho de su punto de vista, en relación a la manera en que entendemos que podríamos ser instrumentos de Dios en el presente, en el próximo año, y en los años venideros, cito: ¿Puede el reino de Dios venir pronto, en nuestros días, a donde estamos? La Torá no sólo dice que sí, sino que además muestra cómo. En realidad, de eso es de lo que habla. ¿Tengo que esperar entonces el reino de Dios? Desde luego, pero, mientras espero, hay cosa que tengo que hacer. Más exactamente, hay cosas que tenemos que hacer, y hacerlas (Un Rabino habla con Jesús, Ediciones Encuentro, España, año 2008, página 191).
Mi invitación es que, sin perder de vista la expectativa de la futura plena manifestación del Reino de Dios (esperanza común del judaísmo ortodoxo y de los cristianos), procuremos tratar de ver y entender a Dios y sus propósitos para nuestro tiempo, nuestros contextos y en las distintas problemáticas que desafían al ser humano de hoy.
Pidámosle a Dios que nos ayude a ser instrumentos suyos, para que juntos y, según nuestros dones y capacidades, logremos un testimonio cristiano más coherente, más integral e inclusivo, en fin, más humano.
Que Dios nos ayude y nos anime a ser mejores testigos e instrumentos suyos en el año 2011!