El fin justifica los medios? Por lo general, principalmente desde la óptica de la ética cristiana, se entiende que la persecución de una meta (fin, propósito, objetivo) loable, digno; supone a la vez, el empleo de unas estrategias o métodos tan loables y dignos como la meta propuesta misma.
En otras palabras, que el logro de un determinado fin (fin intermedio o fin final, fin último), implica la aplicación y utilización de unos medios que tengan el mismo ADN de la meta a alcanzar. Por eso la ética cristiana ha insistido en que “el fin no justifica los medios”, o por lo menos, “no siempre”.
Sin embargo, desde hace algunos siglos se viene planteando la justificación de la tesis con la cual compite: “el fin justifica los medios”. Pienso que es preciso reconocer aquí que en realidad, la tesis cristiana “el fin no justifica lo medios”, o por lo menos, “no siempre el fin justifica los medios”, ha venido a ser la reacción y la antítesis cristiana a la primera.
Con la tesis “el fin justifica los medios (y hay quienes dicen que “siempre”), se subraya la convicción de que no importa lo que tenga que hacerse, con tal que los métodos y estrategias a emplear permitan el logro de la meta propuesta y en la mejores condiciones posibles.
Ahora bien, a pesar de lo popular que ha venido a ser la tesis “el fin justifica los medios”, lo cierto es que lo referente a quién fue su creador es más bien objeto de discusión. Por lo general se le atribuye al político, diplomático, filósofo, y escritor italiano Nicolás Maquiavelo en italiano (Niccolò di Bernardo dei Machiavelli), nacido en Florencia, el 3 de mayo de 1469, y quien murió en la misma Florencia, el 21 de junio de 1527 (Wikipedia).
De todos modos, las personas que entienden que “siempre” el fin justifica los medios, no lo hacen en el vacío. Parten del supuesto de que en realidad, dicen ellos (y parece ser cierto), no hay en la vida sino una cadena de fines. Entienden que cuando una persona ejerce un acto de voluntad en una dirección determinada, no importando donde se la sitúe (si como fin final, o no), esa dirección constituye en realidad un fin.
Por ejemplo, desde el punto de vista de la lengua y el lenguaje (como capacidad únicamente humana), todo acto de habla involucra la decisión deliberada de utilizar ciertas palabras y no otras. Lógicamente, esto implica la decisión consciente de evitar, al mismo tiempo, el uso de ciertas palabras.
Me explico, cada vez que en un acto de habla una persona decide utilizar determinadas palabras, en ese mismo acto de habla estuvo involucrada la decisión de evitar consciente y deliberadamente el empleo de otras.
Y es precisamente en el campo del lenguaje y la lengua, y no en el terreno del debate filosófico-teológico sobre la ética y la moral, en el que me propuse hablar de «Una apelación indigna, ¿justifica el fin lo medios?» ¿Por qué utilizar un ave “impura”, “abominable” para comunicar una enseñanza positiva, para invitar a la gente a confiar en el cuidado de Dios?
Pues bien, si en todo acto de habla la persona hablante de manera deliberada ejerce un acto de volunta al decidir qué palabras usar y cuáles evitar; es obvio que lo mismo se ha de aplicar y en la misma proporción en lo relativo a cuáles figuras apelar, o cuáles metáforas utilizar, y a cuáles figuras o metáforas evitar.
Ahora, si bien las palabras -sujetas a la forma (morfología) y estructura (sintaxis) en que las emplee- vienen a constituir un medio respecto del mensaje que desea comunicar el hablante; no es menos cierto que el acto voluntario que ejerce la persona hablante respecto de escoger unas palabras y evitar otras, las convierte efectivamente, en ese nivel, en un fin.
En la medida que una persona hablante desea y busca el empleo de una determinada palabra, figura o metáfora; en esa misma medida, cuando decidió buscar y elegir esas palabras y no otras, ahí mismo vinieron a constituir éstas un fin en sí mismas, como cosa buscada y lograda.
Eso implica que cuado una persona decide emplear por ejemplo, la palabra “bello” en lugar de “lindo”, en un determinado discurso; esa decisión supone un acto deliberado del hablante. Acto que implica el ejercicio de la voluntad para escoger una palabra y no la otra.
En consecuencia, aunque para la totalidad del discurso el decidir emplear una palabra en lugar de otra puede ser considerado un medio; lo cierto es que el inclinar la voluntad hacia la elección y preferencia de una palabra (figura o metáfora) supone considerar la elegida como un fin, fin que lleva a la persona hablante a lograr el fin, meta e impacto que esperaba lograr y producir con el empleo de dicha palabra.
Además es muy probable que la persona hablante esté consciente de que la utilización de ciertas palabras en un determinado mensaje, en un determinado contexto, puede se catastrófico para los objetivos de su discurso, mensaje y acto de habla.
¿Cuántas veces no nos ha ocurrido que, queriendo y teniendo la meta de usar (o evitar) una determinada palabra, figura o metáfora; sin embargo, no lo hemos logrado? ¿Cuántas veces frente a un determinado auditorio no hemos logrado la meta de emplear la palabra, figura o metáfora deseadas, y hemos tenido que recibir la ayuda del auditorio mismo?
¡Hasta mañana si Dios nos lo permite!