Al llegar al domingo 12 de junio, fecha en la que en el calendario litúrgico de muchas iglesias protestantes se celebrará la fiesta de «Pentecostés», en concordancia con el calendario litúrgico de la Iglesia Católica y la iglesia Ortodoxa Griega; son muchas las reflexiones teológicas, misionales y prácticas que se están inspirando en dicha festividad. También se estarán celebrando algunas actividades especiales en dicho contexto.
Pero una nota curiosa y un tanto paradójica es que dentro del ambiente de las iglesias que se identifican así mismas como «pentecostales» (de las que posiblemente se esperaría una mayor identificación con esta fiesta por el nombre y algunos matices doctrinales), tradicionalmente esta celebración pasa prácticamente sin pena ni gloria. ¿Por qué será?
Una posible explicación es la estrecha relación que tiene la celebración de «Pentecostés» en el calendario litúrgico (50 días después) con la celebración de la versión cristiana de la pascua judía, o sea, la llamada «Semana Santa» como parte de la cuaresma. En consecuencia, si se relativiza y se expresan desacuerdos con la primera (la Semana Santa y la cuaresma en general), es lógico que se relativice y difícilmente se esté de acuerdo con la celebración de la segunda (Pentecostés).
Otra posible explicación, conectada también con la anterior, es que, si con respecto a la primera (Semana Santa, cuaresma) se entiende que no hay un mandato bíblico que ordene su celebración; lo mismo se dirá respecto de la segunda. Este argumento también puede explicar, en parte, el por qué de la aparente indiferencia de muchos grupos pentecostales ante la celebración de la fiesta de «Pentecostés» como parte del calendario litúrgico cristiano.
De todos modos, al margen de la referida indiferencia, es preciso admitir, por un lado, que los mismos grupos pentecostales entienden que «Pentecostés» es un punto de referencia vital para el cristianismo como tal. Por otro lado, que el relato de lo ocurrido en «Pentecostés» es una referencia obligada por lo menos para la mayoría de los grupos pentecostales, en lo referente a su Neumatología (doctrina del Espíritu Santo).
Es de importancia y materia prima el relato de «Pentecostés» para la neumatología pentecostal, porque constituye el punto de partida para la común postura teológica pentecostal de ver y asumir el hablar en lenguas (en “otras lenguas”, para algunos sectores “lenguas angelicales”) como la primera expresión, manifestación o evidencia física del ser bautizadazo (a) con (o “en”) el Espíritu Santo.
Otra posible razón para la aparente indiferencia Pentecostal frente a «Pentecostés», es lo que podríamos llamar «catolización» (hacer o entender como propio de la Iglesia Católica) el origen y necesidad de la celebración de muchas festividades que conforman el calendario litúrgico cristiano. Entre estas, la navidad, la epifanía, la cuaresma y Semana Santa, Pentecostés, entre otras.
También nos es preciso reconocer que históricamente ha habido un gran sector del cristianismo protestante que entiende que tiene muy poco o nada en común con el cristianismo católico, al margen de las evidencias que nos proporciona la historia.
En consecuencia, dicho sector ha definido su ortodoxia en franca oposición al catolicismo. Por tal razón, si en un punto el catolicismo se dirige en dirección de la derecha, ellos toman la izquierda. Si la postura católica va en dirección sur, ellos irán en dirección norte, y así sucesivamente.
En este sentido, hay grupos protestantes que al margen de la cristología de la concepción de Mateo (1.18-2.23) y Lucas (2.1-52), no tienen una imagen positiva de la navidad.
Lo mismo puede decirse respecto de la Epifanía, a pesar de Mateo 2.1-12; 3.13-17; Marcos 1.9-11; Lucas 3.21-22; Juan 2.1-12.
En los mismos términos podemos expresarnos respecto de la cuaresma y la Semana Santa, a pesar de los relatos pascuales de la muerte y resurrección de Jesús en los cuatro evangelios.
Finalmente, algunos grupos comunidades evangélica no tendrán una visión positiva de la celebración de «Pentecostés», a pesar de Hechos 2.1-42; 20.16 y 1 Corintios 16.8.
Ahora bien, aunque es cierto que los grupos pentecostales entienden (como la generalidad de los grupos cristianos) que las bases de lo ocurrido en «Pentecostés» hay que buscarlas en la victoria de Jesús en la cruz (la Pascua, Semana Santa); es en «Pentecostés» donde las implicaciones de la victoria de Jesús en la cruz comienzan a tener una expresión concreta, especialmente en lo relativo a las más amplias pretensiones cristianas.
Es en la cruz donde se supone que Jesús obtiene su victoria (Efesios 2.11-22; Colosenses 2.8.23; 1 Corintios 15), y a la luz de dicha victoria es que puede fijar con plena autoridad la gran comisión como la tarea primordial de la iglesia (Mateo 29.18-20; Hechos 1.8; Romanos 10.8-21; 2 Corintios 5.11-21).
Es en «Pentecostés» donde, desde la perspectiva de Hechos, el movimiento propiamente cristiano, obtiene sus primeros adeptos, y halla bases para su pretensiones de universalidad, de ser un movimiento que habría de alcanzar todos los pueblos y culturas del globo terráqueo.
Es también en «Pentecostés» donde el naciente movimiento cristiano toma distancia respecto de una característica esencial del judaísmo: el carácter no expansionista de judaísmo. Ciertamente el judaísmo tradicional no muestra pretensiones expansionistas y de universalidad, pues sencillamente considera al pueblo hebreo como el pueblo elegido por Dios.
Para el judaísmo tradicional la forma de una persona entrar en contacto, rendirle culto y hacerse heredera de las promesas del Dios de Israel, es formando parte de la nación de Israel. En la medida en que no se es parte, o se no se logra formar parte de la nación de Israel (como “prosélito” o como “guer teshubá”), la persona no puede aspirar a ser una receptora de las promesas y bendiciones que el judaísmo entiende como derivaciones naturales de la relación que se tiene con su Dios. Relación que depende esencialmente de los compromisos que supone el pacto de Dios con Abraham, y la Torá recibida por medio de Moisés.
El cristianismo, por su parte, insiste en poner de relieve su carácter expansionista y de alcance mundial, en virtud del alcance mundial e implicaciones universales de la obra redentora de Jesucristo. Esta premisa, pues, demanda que todos los pueblos de la tierra reconozcan a Jesús como su Señor y salvador (1 Corintios 15.24-25; Filipenses 2.1-11; Apocalipsis 5.9).
Finalmente, al margen de las premisas que llevan a los grupos o comunidades cristianas a asumir posturas distintas frente a «Pentecostés»; lo cierto es que para el autor de Hechos, «Pentecostés» es un acontecimiento con carácter de constituyente para la comunidad cristiana primitiva.
Llama la atención el que la fiesta de «Pentecostés» haya sido asumida, en alguna forma, por las comunidades cristianas en el mismo NT. Consideremos dos textos a manera de ilustración:
“Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Efeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba por estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén” (Hechos 20.16)
“Pero estaré en Efeso hasta Pentecostés” (1 Corintios 16.8)
Quiero concluir este artículo con las palabras de Federico Pastor Ramos, al comentar a Hechos 2.1-13, cito: “El Espíritu constituye al grupo de discípulos en testigos ante todos los pueblos, representados por los oyentes (Hechos 2.9, 11). No hay fronteras para la salvación. Todos están destinados a ella. La dimensión universal es bien clara. Y no sólo en cuanto a destino, deseo o posibilidad, sino como realidad presente. La misma salvación es entendida por todos, cada uno en su lengua.
La dimensión comunitaria es también muy importante en todo el pasaje. Un grupo recibe el Espíritu; un grupo lo anuncia y crea, a su vez, una comunidad de convertidos. El nuevo Israel se hace misionero al recibir el don del Espíritu. Se podría decir que con esta realidad nace la Iglesia o, al menos, nace pública y oficialmente, comenzando a anunciar a Jesús y su significado para todos los hombres” («Comentario al Nuevo Testamento», Hechos, página 349, La Casa de la Biblia).
¡Hasta la próxima!
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