Un hecho que aparentemente no necesita demostración es que el mensaje que comunica un texto está sujeto a la forma y estructura en que dicho texto fue elaborado por su autor o autora. Claro está, hay textos que manifiestan una elaboración más compleja que la de otros.
En consecuencia, el estudio básico de un texto supone el análisis gramatical o morfosintáctico del mismo, atendiendo a las características peculiares de la lengua en que lo leemos. En los casos de trabajar con un texto traducido (característica general de los textos bíblicos), estamos llamados a tratar de conocer el texto tal cual nos ha llegado en su lengua original (siempre que sea posible, pero no deja de ser un valioso ideal).
El análisis del texto como construcción lingüística y literaria (sujeto a una determinada gramática o morfosintaxis), nos permite constatar si el lenguaje empleado es llano, o si hay alguna figura literaria en el texto que amerite alguna atención especial. También nos permite verificar si las palabras se están empleando en su sentido corriente o en un sentido figurado.
Por otro lado, el análisis estructural o semiótico nos invita a considerar algunas estructuras especiales (superficiales y profundas) que no se deben ignorar, que tienen una importancia trascendental al momento de tratar de explicar cómo es que un texto produce su sentido.
Lo ya dicho, obviamente, se ha de aplicar con igual rigor a los textos bíblicos y la teología que se supone comunican. Por lo tanto, una inadecuada o mala lectura de un texto bíblico nos expone a la triste condición de comunicar una idea equivocada respecto de su mensaje, enseñanza o teología.
Ahora bien, el hecho de asumir los textos bíblicos como «textos sagrados», textos con una importancia religiosa y espiritual capital (textos normativos); ha imposibilitado el que en muchas ocasiones los textos bíblicos sean tratados como lo que en esencia son: textos lingüísticos y literarios (hijos de su tiempo, propios de un determinado contexto geográfico y de un determinado marco cultural). Es más, muchas veces se ha pensado y, son muchas las personas que entienden, que el someter los textos bíblicos a ciertos tipos de análisis va en contra de su naturaleza y de su carácter. Cierto es que para nosotros los textos bíblicos tienen el carácter de sagrados, pero al final, textos son.
De todos modos, a manera de ilustración, me propuse en esta ocasión llamar la atención sobre un texto bíblico (aplicándole un sencillo análisis gramatical) que en muchas ocasiones personalmente he visto que se lee muy mal, y en consecuencia se ha dicho que afirma algo, cuando en realidad sostiene otra cosa.
Continuará.
¡Bendiciones!
En consecuencia, el estudio básico de un texto supone el análisis gramatical o morfosintáctico del mismo, atendiendo a las características peculiares de la lengua en que lo leemos. En los casos de trabajar con un texto traducido (característica general de los textos bíblicos), estamos llamados a tratar de conocer el texto tal cual nos ha llegado en su lengua original (siempre que sea posible, pero no deja de ser un valioso ideal).
El análisis del texto como construcción lingüística y literaria (sujeto a una determinada gramática o morfosintaxis), nos permite constatar si el lenguaje empleado es llano, o si hay alguna figura literaria en el texto que amerite alguna atención especial. También nos permite verificar si las palabras se están empleando en su sentido corriente o en un sentido figurado.
Por otro lado, el análisis estructural o semiótico nos invita a considerar algunas estructuras especiales (superficiales y profundas) que no se deben ignorar, que tienen una importancia trascendental al momento de tratar de explicar cómo es que un texto produce su sentido.
Lo ya dicho, obviamente, se ha de aplicar con igual rigor a los textos bíblicos y la teología que se supone comunican. Por lo tanto, una inadecuada o mala lectura de un texto bíblico nos expone a la triste condición de comunicar una idea equivocada respecto de su mensaje, enseñanza o teología.
Ahora bien, el hecho de asumir los textos bíblicos como «textos sagrados», textos con una importancia religiosa y espiritual capital (textos normativos); ha imposibilitado el que en muchas ocasiones los textos bíblicos sean tratados como lo que en esencia son: textos lingüísticos y literarios (hijos de su tiempo, propios de un determinado contexto geográfico y de un determinado marco cultural). Es más, muchas veces se ha pensado y, son muchas las personas que entienden, que el someter los textos bíblicos a ciertos tipos de análisis va en contra de su naturaleza y de su carácter. Cierto es que para nosotros los textos bíblicos tienen el carácter de sagrados, pero al final, textos son.
De todos modos, a manera de ilustración, me propuse en esta ocasión llamar la atención sobre un texto bíblico (aplicándole un sencillo análisis gramatical) que en muchas ocasiones personalmente he visto que se lee muy mal, y en consecuencia se ha dicho que afirma algo, cuando en realidad sostiene otra cosa.
Continuará.
¡Bendiciones!
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