Narrar una historia de manera natural envuelve el proceso de interpretación. No hay tal cosa como una narración de los hechos en forma de tabula rasa. Toda narración e interpretación de un hecho histórico depende de la experiencia, la formación e intereses del que la realiza. Esto también es real en lo relativo a la selección del material, pues dicha selección depende de esos mismos factores. En este punto llegan a mi mente las palabras de historiador Joseph Lortz que en el prólogo de su obra Historia de la Iglesia, tomo I, afirma:
“Una exposición resumida de la historia de la iglesia debe intentar efectivamente presentar el curso de los acontecimientos con cierta homogeneidad. Pero para esta tarea es de todo punto esencial distinguir lo importante de lo menos importante, acentuar unas cosas y pasar por alto otras; el arte consistirá precisamente en saber omitir con acierto. Es evidente que en la selección influye mucho el juicio subjetivo; de acuerdo con los conocimientos del autor y su campo de especialización, determinados temas importantes aparecerán con más relieve que otros” (Ediciones cristiandad, página 15).
Consecuentemente, como es imposible llevar a cabo una narración e interpretación de un hecho histórico totalmente neutrales, a lo más que podemos aspirar es a una narración e interpretación que tenga cierto grado de objetividad. Sin embargo, aun en este punto volvemos a ser presa de la inevitable interpretación, pues los grados de objetividad que se le atribuya o reconozca a un determinado enfoque o investigación sobre un hecho histórico, dependerá también de la formación, intereses y campo de especialización del que recibe, lee o escucha los resultados de tal investigación.
Asumiendo pues, los riesgos planteados, me propongo abordar en esta ocasión una reflexión de algunos aspectos que me parecen relevantes para la adecuada valoración e interpretación del movimiento conocido comúnmente como “la Reforma protestante”.
Continuaremos mañana. Bendiciones!
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