A pesar de los distintos movimientos que en la historia universal han venido luchando contra todo tipo de violencia contra la mujer, lo cierto es que todavía persisten argumentos de distintas naturalezas, hasta teológicos, que pretenden justificar la marginación y alienación de la mujer en y desde distintos ámbitos y planos.
Como ya se sabe, la violencia contra o hacia la mujer tiene diversos matices y formas. Por un lado está la violencia de tipo verbal, la física, la emocional, y la sicológica. Por otro lado, existe una violencia sutil y que por lo general pasa de inadvertida. Este último tipo de violencia es de naturaleza estructural y sistémica en el ámbito cultural y social. Consiste en todo un conjunto de cercos y murallas que por siglos se le han impuesto a la mujer alineándola en todo el sentido de la palabra.
Desde esta perspectiva, a la mujer se le han fijado y asignado espacios, así como también se le ha impedido el acceso a otros. Por ejemplo, en el contexto de la cultura hebrea que sirve de trasfondo básico y general para los textos bíblicos, se consideraba que la mujer había sido creada principalmente para la procreación (sin dejar de incluir la satisfacción sexual del varón) y destinada al hogar, pero sin tener el derecho de ser su cabeza.
La procreación se veía como algo tan natural para la mujer que algunas corrientes del judaísmo pensaban que el mandamiento o llamado a la reproducción (Génesis 1.28) era sólo para el varón, no para la mujer. Por esta razón cuando una pareja cumplía diez años de unión y todavía no habían procreado, esa pareja, ese matrimonio debía disolverse, y tanto el hombre como la mujer podrían casarse con otra persona.
Lo curioso es que el hombre podía repetir ese proceso hasta que finalmente lograra descendencia propia. A la mujer, en cambio, se le fijó un máximo de tres maridos para intentarlo. Si una mujer llegaba al máximo de tres maridos sin haber logrado procrear, de insistir ella en formar pareja, su opción consistía en unirse en matrimonio con un hombre ya casado capaz de engendrar o que ya tuviera hijos.
Hablando ahora de algunos argumentos teológicos utilizados para tratar de justificar la violencia de tipo estructural y sistémica contra la mujer, yo quiero que reflexionemos un poco sobre un pasaje que por muchos líderes y muchas iglesias cristianas (y evangélicas) es utilizado para marginar a la mujer. Este pasaje es 1 Timoteo 2.11-14.
Pues bien, 1 Timoteo 2. 11-14, textualmente dice, en la versión Reina Valera de 1960:
“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. 12Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. 13Porque Adán fue formado primero, después Eva; 14y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.”
Como se puede observar, la conclusión del autor de 1 Timoteo es la siguiente:
Puesto que la mujer debe estar sujeta a su marido, no puede ejercer autoridad sobre el mismo, ni ocupar espacios que se consideraban reservados sólo para los varones.
Los argumentos en que se basa el autor de 1 Timoteo para fundamentar su conclusión son tres:
2) La mujer fue la que transgredió.
3) Como consecuencia del segundo, a la mujer no se le puede confiar el liderazgo destinado a los varones, porque pudiera ocurrir algo parecido a lo que ocurrió al principio.
Asumiendo una postura analítica y crítica ante tal postura, lo que procede es que analicemos la base de sus tres argumentos y, si no pasan la prueba, entonces hay que cuestionar seriamente su conclusión y su aplicación.
La afirmación de que el hombre o varón fue creado primero, y la mujer posteriormente, sólo se puede fundamentar en el relato de creación que encontramos en Génesis 2.4-25. Pero el relato de creación de Génesis 1.1-2.3 imposibilita hacer tal afirmación. Observemos:
Génesis 1.26-27: “Entonces dijo Dios: Hagamos al ser humano (hombre y mujer) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al ser humano (mujer y varón) a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Compárese Génesis 5.2: “Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados”.
A la luz del relato de Génesis 1.1-2.3, el argumento de que la mujer fue creada con posterioridad al varón, simplemente es inadmisible.
El segundo argumento es más complejo (y el tercero está íntimamente relacionado con el segundo), ya que, aunque se basa también en Génesis 3, desarrolla una teología de la culpabilidad de la mujer contraria al mismo relato de Génesis 3 y, a la teología otros textos del Nuevo Testamento mismo, como por ejemplo, Romanos 5.12-21.
11Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?
7Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
Ahora, Génesis 3.13 y 16 (con relación a la mujer):
13Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.
16A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.
Como se puede ver, para el relato de Génesis 3, aun cuando la mujer fue engañada, la insistencia de Dios, su argumento, es que la prohibición se la dio específicamente a él (al hombre, el varón). Por esta razón, el inculpar él (Adán, el varón) a la mujer, su compañera, no logró disminuir en nada su responsabilidad ante aquel que le había fijado una prohibición muy específica.
A la luz del relato de Génesis 3, la desobediencia (el pecado, la transgresión) no fue un asunto de si ella (la mujer) fue la primera en violentar la prohibición de no comer, tampoco de si ella sabía o no de tal prohibición. No se trató de eso, sino de a quién fue (de las partes involucradas, serpiente, mujer, hombre) a la que originalmente el creador le comunicó su prohibición, y a quién veía como responsable.
En consecuencia, Génesis 3 afirma que la mujer fue engañada, pero no la acusa de pecar. Esto así, lógicamente, puesto que se basa en un relato, el de Génesis 2.4-25, que da por sentado que para cuando se dio la prohibición, la mujer, Eva, no había sido creada.
También es preciso tener en cuenta que en Génesis 3, a diferencia de 1 Timoteo 2.11-14, no se le echa en cara a la mujer el que hubiese faltado ante prohibición alguna. No se le acusa de haber pecado, no se le acusa de haber violado mandato alguno.
A pesar de 1 Timoteo 2.11-14, lo cierto es que para Pablo, a la luz de todas sus cartas, y especialmente por lo dicho en Romanos 5.12-21, no existió tal cosa como que la mujer fue la que pecó.
En resumen, un análisis detenido de las bases de los argumentos a los que apela el autor de 1 Timoteo 2.11-14, demuestra su falta de consistencia con el relato de la caída de Génesis 3, y confirma la sospecha de sus patriarcales concepciones.
¡Bendiciones!
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